lunes, 16 de mayo de 2011

Deseos para un cumpleaños

Cuando tenía 18 años (adolescente para los anglosajones), mi vida espiritual era como la vida de un adulto: comprometida en mi iglesia, con mil responsabilidades sociales, “hijos” a quienes cuidar y acompañar, compromisos en cada momento, reuniones, celebraciones… 
Los años fueron pasando y a medida que mi edad física se hizo adulta, mi edad espiritual se volvió hacia atrás en el tiempo, se fue haciendo adolescente: Empecé una etapa de rebeldía hacia mi vida (para ser honesta, hacia la de todos), hacia el Dios que conocía, hacia el dolor que sentía mi alma, la impotencia, la rabia, el sentimiento de abandono... Y dejé mis compromisos, empecé a buscar, y buscar, por todas partes, probando todo, intentando encontrar mis propios límites, por caminos rectos, por caminos torcidos, todo valía. Cualquier promesa de que todo iba a ser mejor,de que el sufrimiento iba a desaparecer, de que por fin iba a conocer la alegría, la paz, la iluminación, el fin del karma... ,  no importaba si era un camino ortodoxo o "alternativo", llegaron todo tipo de iniciaciones, de lecturas, de experiencias... 
Un día, "el día menos pensado", cuando por fin el cansancio me obligó a pararme, mi verdadero Padre, mi verdadera Familia, pudieron venir a encontrarme. Ese día supe que todo estaba bien, que ya había llegado a Casa, que por fin había encontrado lo que siempre busqué. Y por fin me convertí en una niña. Y como niña, salía a mi "colegio", pero todas las noches de regreso a casa, a ese sentimiento de pertenencia, al amor incondicional en la distancia y en la presencia. 
Y esa niña, a medida que va cumpliendo años, se va convirtiendo cada vez en más pequeña. Y como los niños que recién aprenden a caminar, me agarro a mi Padre-Madre hasta que me abraza y me consuela, y luego me alejo, a seguir jugando y descubriendo esta tierra (también a seguir tropezando), sin perderlo mucho de vista, le saludo en la distancia, voy y vengo,  me acerco y me alejo, segura de que El me está vigilando a cada paso, de que cada vez que caigo viene corriendo a abrazarme, a darme besos en el alma, a cantarme el "cura-sana"... 
Dicen que cuando se soplan las velas de cumpleaños se puede pedir un deseo. Este año he decidido decir en voz alta el mío: quisiera poderme convertir en un bebé, y quedarme tan solo en los brazos de mi Padre, y ya no moverme de allí (so pena de gritar y gritar hasta que me vuelva a abrazar), dejar que me arrulle, que me cante nanas,  que me alimente, que me lleve y me traiga, dejar que mi vida esté en sus manos... hasta que llegue un día en que pueda volver a su vientre, y simplemente vivir allí, una en El, eternamente. 

Gracias a todos los que me acompañáis en esta vida, los antiguos y los nuevos, los que estáis siempre y los que simplemente recordáis mi nombre al escucharlo, bendiciones desde mi amor.
Tana - 13 mayo 2010

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