Cuentan que un día le preguntaron a San Francisco de Asís: "¿cuál es la perfecta alegría?" Y él contestó que la perfecta alegría no es cuando todo sale bien, ni siquiera cuando las cosas son como creemos que tienen que ser. La perfecta alegría es, dijo:
"Regreso de Perusa y llego aquí muy de noche y es invierno, con barro y mucho frío, hasta el punto que el agua congelada en el borde de la túnica me golpea las piernas y sangran las heridas. Y lleno de barro, con el frío y el hielo, llego a la puerta y, después de mucho aporrear y llamar, viene el fraile y pregunta: ¿Quién es? Yo respondo: Fray Francisco. Y él dice: "Vete, estas no son horas. No entrarás". Y al insistir de nuevo responde: "Vete, eres un simple y un ignorante; de ningún modo vendrás con nosotros; somos tantos y tales que no te necesitamos". Y yo sigo aún en la puerta y digo: "Por el amor de Dios, hospedadme esta noche". Y èl responde: "No lo haré. Ve al lugar (hospital) de los Crucíferos y pide allí".
Yo te digo que si tengo paciencia en esto y no me molesto, esa es la verdadera alegría "
Parece un poco de locos. Parece un poco de masoquismo, como una exaltación de la pobreza o el sufrimiento. Yo ahora lo entiendo como ACEPTACIÓN. No juzga, y por eso no sufre. Lo intenta hasta 3 veces; pero no trata de cambiar a nadie. Acepta. Acepta que cada uno está en el momento en que está. Que cada uno es capaz de entender apenitas una parte de la realidad. Acepta que las cosas no son como uno esperaba, que la vida "no siempre es justa" (como nuestro sistema de creencias entiende la "justicia").
La verdadera paz no es cuando todo está bien en mi mundo, ni la verdadera alegría cuando las cosas ocurren "como tiene que ser". La verdadera alegría no tiene que ver con las cosas de fuera. Es tan solo una actitud interior. Si estás presenciando la destrucción de todos los universos, y a pesar de ello, eres capaz de sentirte en paz y de saber que todo está bien, esa es la verdadera paz.
La verdadera paz no es cuando todo está bien en mi mundo, ni la verdadera alegría cuando las cosas ocurren "como tiene que ser". La verdadera alegría no tiene que ver con las cosas de fuera. Es tan solo una actitud interior. Si estás presenciando la destrucción de todos los universos, y a pesar de ello, eres capaz de sentirte en paz y de saber que todo está bien, esa es la verdadera paz.
Cuando todo en mi vida se tuerce, pero yo me mantengo en paz, tal vez con dolor, pero en paz; cuando todo a mi alrededor parece estar destruyéndose por momentos; cuando lo más importante de mi vida me es arrebatado; cuando todo está mal "a los ojos de los hombres"... si soy capaz de levantar la cabeza, entrar en mi corazón, y encontrar allí la paz, ésa es la perfecta paz.
Nadie puede darnos (ni quitarnos tampoco) la perfecta paz, ni la perfecta alegría. Es una conquista de uno mismo, que se consigue con paciencia, con entrega, con devoción. Es la tranquilidad del espíritu que sabe que todo está siempre bien porque estamos aquí como en una gran obra de teatro, para poder aprender. Y las lecciones llegan, inexorablemente. Los seres humanos tendemos a aprender a través del sufrimiento, o cuando menos, de los cambios. Cuando todo está quieto, tranquilo, nos acomodamos. Entonces la vida, en su incesante y rápido movimiento, nos propone un nuevo desafío. Si podemos aceptarlo sin perder la sonrisa, entonces estaremos instalándonos en la perfecta alegría, en la perfecta paz.
En el sala de estar de la casa donde crecí había un pergamino en el que estaba escrito: "Todo es para bien por ser voluntad de Aquél que no puede equivocarse". Creo que aprendí a leer con ese pergamino. No entendía qué significaba. Por un tiempo incluso pensé que "la voluntad de Aquel que no puede equivocarse" era casi siempre contraria a la mía, y me enojaba contra ese Dios que hace las cosas aparentemente tan extrañas. Hoy entiendo a Dios de otra manera, muy diferente a cuando era niña. Pero esa frase se convierte cada vez más en mi objetivo, y en mi realidad. Tal vez escrita de otra manera, pero con el mismo significado. Todo está siempre bien. Uno siempre está en el lugar que tiene que estar, haciendo lo que tiene que hacer. Porque si no, la vida se encarga rápidamente de recolocarnos.
La clave para no sufrir es aceptar. El sufrimiento al final solo es la negación de la realidad, o la negación del presente. Sufro porque no quiero aceptar cómo son las cosas, porque todo lo paso por el cedazo de mis juicios y mis creencias, o sufro porque me proyecto a un futuro incierto en el que no sé cómo pueden ser las cosas. En el momento en que me instalo en la aceptación y el agradecimiento de todo lo que ocurre en mi vida, sabiendo que es siempre perfecto, no dejo de vivir situaciones dolorosas (porque la condición humana es así), pero sí dejo de sufrir. Y lo más importante, encuentro la perfecta paz, previa a la perfecta alegría. Esa que ya nadie puede arrebatarme...
La clave para no sufrir es aceptar. El sufrimiento al final solo es la negación de la realidad, o la negación del presente. Sufro porque no quiero aceptar cómo son las cosas, porque todo lo paso por el cedazo de mis juicios y mis creencias, o sufro porque me proyecto a un futuro incierto en el que no sé cómo pueden ser las cosas. En el momento en que me instalo en la aceptación y el agradecimiento de todo lo que ocurre en mi vida, sabiendo que es siempre perfecto, no dejo de vivir situaciones dolorosas (porque la condición humana es así), pero sí dejo de sufrir. Y lo más importante, encuentro la perfecta paz, previa a la perfecta alegría. Esa que ya nadie puede arrebatarme...
Justo ayer fue cuando lo necesitaba, y ayer lo leí. Hoy lo releo y lo vuelvo a sentir como palabras llenas de vida! Gracias!
ResponderEliminarLlum- Este Instante