Hace un par de años, mientras vivía en esa hermosa tierra llamada Colombia, me invitaron a un encuentro de bailarinas de danza árabe, y me pidieron si podía hacer una pequeña reflexión-meditación sobre la mujer. Hoy os comparto lo que escribí para esa ocasión:
SOBRE EL SENTIDO DE SER MUJER.
Permíteme que te comparta lo que para mí significa ser mujer.
No voy a describir nada, ni a enumerar características propias de la mujer. Todo eso ya lo sabemos porque es lo que elegimos ser, y es lo que somos.
Solo se trata de recordar, desde el corazón, recordar el sentido de ser mujer. Y “sentido” viene de SENTIR. No de pensar, porque cada vez que me pongo a razonar acabo cayendo en comparar, en juzgar o en competir.
Te propongo compartir desde otro lugar, desde el SENTIR.
Así que haz una respiración profunda, y siente.
Siente tus piernas. Pon tus manos sobre los muslos, como acariciándolos.
Tus piernas son las que te llevan y te dirigen por los caminos que eliges en la vida.
Siente la fuerza de tus piernas, que sostienen todo tu peso, e incluso el de aquellas personas o situaciones con las que cargas. Ellas te permiten avanzar y seguir adelante.
Sobre tus piernas siempre se sienta lo que amas, lo que abrazas, lo que bendices.
Siéntete orgullosa de tus piernas. Agradéceles lo que te permiten avanzar, sostener, expresar.
Esa es la verdadera belleza de tus piernas.
Ahora sube un poco tus manos hasta tu vientre, y permite que tu conciencia se instale en el útero, en ese espacio sagrado capaz de RECIBIR, capaz de gestar y de crear ese milagro de vida a través de la materia, capaz de abrir una puerta dimensional para permitir que otro ser pueda tener una experiencia de vida en esta tierra.
Un vientre que no es un espacio donde atrapar a nadie ni donde quedarse atrapada por nadie, sino un lugar donde dar vida, donde crear, nutrir, proteger y aportar todo lo necesario para que la vida se pueda manifestar, y hacerlo sin tener que morir, sin tener que perder nada, ni renunciar a nada. Doy vida desde mi propia vida, presto mi casa hasta que el otro ser pueda ver el sol con sus propios ojos, hasta que pueda acariciar una flor con sus propias manos.
Gestar, crear milagros de vida, no sólo otros seres, sino todo tipo de proyectos, de sueños, la tierra no es más que otro sueño, y toda mujer es siempre madre, a veces de hijos biológicos, a veces de los amigos, a veces es madre de su esposo, a veces le toca ser madre de sus propios padres.
Siente tu útero poderoso, un cáliz sagrado, tibio y suave, fecundo, y agradécele todo lo que es capaz de soñar, de gestar y de dar a luz en tu propia vida y en la de los demás.
Sube tus manos y tu conciencia hasta tu corazón. Siente el latido firme, constante, siente la vida en tu ser. El corazón es el otro polo del cuerpo de la mujer. Ahí se produce el milagro del amor, que es dar, siempre solo dar. Siente de nuevo el latido de tu corazón. Y siéntelo en tus manos, porque ellas expresan todo lo que tu ser es. Ellas, tus manos, son capaces de asir, de acariciar, de servir, de sanar cualquier herida, de dar forma a las cosas, ellas son la expresión de tu amor.
Y siente cómo también muchas otras partes de ti son expresión del amor que eres: el canto suave de tu voz en una nana, la calidez de una mirada, incluso esa lágrima que se escapa y que significa ¡todo!, el olor de un perfume o el de las sábanas recién limpias, la casa de fuera que es un reflejo de la casa que yo soy, un jarrón lleno de flores frescas, el remiendo de un pantalón.... todo eso es sólo AMOR.
Y ahí está la clave y la grandeza de la mujer, la unión perfecta de las dos polaridades, el círculo sagrado que se cierra sobre tu propio cuerpo. El corazón da y el útero recibe, recibe para poder crear, crea para seguir entregando, seguir expresando el amor. El corazón ama y el vientre agradece. Ese es el equilibrio perfecto. Esa es la belleza de la mujer, del ser capaz de dar la vida, en todos los sentidos, de permitir que crezca en ella, y de entregarla a quienes ama, sin medir, sin razonar, sin condiciones.
Un ser que de tanto mirar hacia fuera, se olvidó de mirar su propia belleza, se olvidó de ver el milagro de vida que ella misma es, se olvidó de la grandeza de su propio corazón.
Soy una mujer,
tengo el cielo en mi vientre
y la luz de las estrellas en mi corazón
Y cuando soy capaz de recordar el Amor que YO SOY, entonces el universo entero cabe en mi, porque el amor es el pegamento que mantiene unida la creación.
Si despierto a ese amor, nada ni nadie puede dañarme, pues ¿quién podría ocultar la luz del sol?
Imagina que tienes delante un espejo y mira tu imagen reflejada en él. ¿qué ves?
¿Puedes ver tu belleza, tu dignidad, tu grandeza? O sigues mirando solo el envoltorio de fuera, sintiéndote limitada, vulnerable, pequeña, fea?
No es limitado un ser que puede hacer milagros en su propia existencia
No es vulnerable un ser capaz de amar hasta dar la propia vida
No es frágil quien es capaz de pasar noches en vela cuidando a sus seres queridos sin dejar de hacer eso cotidiano que nadie ve.
No es débil quien abre su casa a lo desconocido y cuida de ello sin saber, sin entender (¡pero es que sí sabe, y sí entiende!)
No es pequeña quien es capaz de saber qué le ocurre a quienes ama sin necesidad de que le digan nada.
Eres un ser grande, capaz de transformar tu propia biología, de crear un océano de protección en tu vientre y dos manantiales de nutrición junto a tu corazón para quien ni siquiera conoces.
“Simplemente porque has venido hasta mi, simplemente porque existes, aun cuando no te he visto antes, aun cuando por un tiempo ni siquiera sabré el aspecto que tienes,
aun así
te abro mi casa
y te amo
incondicionalmente
sin importarme mi propio dolor
ni mi sueño acumulado por noches sin dormir
ni tu aspecto
ni lo que elijas vivir
me basta saber que existes
te doy de lo que YO SOY sin dejar de serlo”
Siente ahora la belleza real de tu cuerpo, que es tan solo la manifestación de la grandeza de tu ser. Y agradécele que te permita expresar eso que eres: una mujer.
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